domingo, 4 de julio de 2010

Cine y cines de barrio en Madrid




Introducción:

El cine, medio de comunicación audiovisual descubierto, más bien, inventado, a finales del siglo XIX, se desarrolla esencialmente en el siglo XX. Se puede decir que toda su historia se desarrolla en ese siglo.

Desde muy pronto, el nuevo soporte ofrece la posibilidad de comunicar dos realidades diferentes:

- La realidad que ocurre en el escenario que es la vida, es decir la realidad capturada y proyectada posteriormente a un público dispuesto a ver la “vida” como en un espejo. Esto es lo que se ha venido en llamar el documental. Aparece pues el cine como documento, el cine como captador de escenas reales, que ocurren en la realidad y que se dan a conocer a un público determinado, que se comunican a ese público. Se trata aquí de la realidad capturada mediante el “documental”. A imagen y semejanza de la fotografía que captura la realidad en un instante de tiempo dado, el documental cinematográfico captura la realidad en un tiempo más largo. En este sentido, si la fotografía es la captura de una escena instantánea del tiempo, el documental es la captura de escenas prolongadas en un cierto tiempo.

- La otra “realidad” que puede “comunicar” el cine es una realidad inventada, una realidad de ficción. Mediante el soporte fílmico al espectador se le “comunica” una historia inventada, una ficción que no existe en la realidad del mundo real, pero que “pudiera haber existido”. Aquí el cine se comporta como una herramienta de transmisión de ideas, de escenas, de historias metafísicas: no existen en la realidad pero pudieran haber existido. Esta invención se convierte en “creación” de mundos paralelos. Esto lo identifica plenamente con la literatura, con lo que el cine puede definirse, desde esta óptica, como literatura en imágenes.

Desde esta perspectiva existen en el cine dos géneros fundamentales: el documental y la ficción. Esta a su vez se subdivide en un gran número de subgéneros: cine de comedia, del oeste, romántico, negro, bélico, ciencia ficción, terror, etc.

La historia del cine, desde esta perspectiva o desde muchas otras, ha sido muy estudiada. Ahora bien, ¿Qué es lo que ocurre con los lugares dónde se proyectan las películas de cine? ¿Cual es la historia de esos lugares, de esos espacios dónde se produce el acto de “comunicar”, mediante la proyección de una película, documental o de ficción, al espectador, una historia, real o inventada?

Igual que ocurre con otras artes, como es el teatro, se le da el mismo nombre al medio artístico que al lugar dónde se transmite al espectador. En este sentido, cuando se dice “Vamos al cine” es equivalente a decir “vamos a ver una película”, que “vamos a una sala dónde veremos una película”. Es decir la palabra “cine” viene a definir el arte, la técnica e incluso la industria de la cinematografía y, también, el lugar dónde se proyectan las películas cinematográficas.

Cómo se ha dicho más arriba, la historia del cine como arte cinematográfico ha sido muy estudiada y seguirá siéndolo ya que la materia es muy grande como corresponde a una técnica que “explora” universos paralelos e infinitos.

Sin embargo, parece que la historia de la segunda acepción de la palabra cine, es decir de los lugares dónde se proyectan las películas, no cuenta con muchos estudios.

Se trata pues aquí de apuntar en la dirección de que aparece como interesante para la historia del cine en general aproximarse a la historia de esas salas de cine.

Como no existe demasiada documentación o, más bien, no es el momento de hacer un estudio muy profundo de lo que se apunta, se ha optado por un pequeño acercamiento a los llamados cines de barrio o de sesión continua en el ámbito urbano, en un tiempo determinado que abarca las décadas de los años sesenta y setenta. Esta opción ha sido elegida simplemente porque se encuentran aún numerosos testimonios directos, es decir muchas personas que han conocido esta época, y en particular, he optado por tener como testigo a mi mismo que viví una parte importante de mi tiempo de ocio de infancia y juventud en las salas de cines de barrio donde se proyectaban películas en sesión continua.

Breve aproximación a la historia de las salas de cine en Madrid.

En Europa los primeros locales en acoger el nuevo espectáculo del cine fueron los teatros, los circos, pero, sobre todo, los music-halls y cafés conciertos. En estos últimos el cine fue poco a poco ocupando un mayor lugar en sus programas hasta convertirse en la principal y única atracción. Debido a ello, muchos music-halls acabaron transformándose con los años en salas de cine, a la vez que las primeras salas urbanas construidas ex profeso para cines adoptaron las características formales e incluso los nombres de aquellos locales: con fachadas recargadas de decoración, interior rectangular y pequeño escenario reservado para algunas actuaciones de variedades, ahora como relleno entre las películas mudas.

Sin embargo, antes de que esto ocurriera el cine había visto aparecer sus primeros locales específicos en las ferias; inspirados en las barracas ya existentes, con decoraciones en tela pintada, luces atrayentes y órganos musicales con figuras a la entrada. Con el decaimiento de la exhibición ambulante desde 1910 muchos de sus propietarios construirán cines permanentes donde perviven algunos de sus planteamientos formales.

En el caso de Madrid, el primer cinematógrafo de Madrid fue instalado, en 1896, por un concesionario de los Hermanos Lumière en los bajos del desaparecido Hotel de Rusia, en la Carrera de San Jerónimo.

A partir del año 1905 la consolidación del cine en Madrid estará marcada por la paulatina superación del carácter esporádico de las primeras exhibiciones y su asentamiento definitivo entre la oferta de espectáculos existente. En estos años comprendidos entre 1900 y 1910 el cine tuvo como primeros locales propios barracas y pabellones provisionales a los que se fueron añadiendo algunos pequeños salones de variedades. Por otro lado, ante su creciente éxito social y económico los viejos teatros decimonónicos que inicialmente se habían resistido a la introducción del cine acabaron cediendo y aceptándolo progresivamente como elemento fundamental en su programación.

Sin embargo, siguiendo las tendencias imperantes en el contexto internacional este abanico de locales, mayoritariamente provisionales, se hizo pronto insuficiente y los años veinte verían desarrollarse, junto a los primeros cines permanentes, unos recintos híbridos entre teatro y cine, de mayores dimensiones y resueltos con unas características arquitectónicas y estéticas mucho más cuidadas: los teatros-cine. Su construcción arranca ya de los años 10 en Francia, Inglaterra y, sobre todo, los Estados Unidos; en estos países florecieron salas soberbias que intentaban evocar el esplendor de los teatros decimonónicos recreando su organización interna y recurriendo a un léxico arquitectónico compuesto por elementos clasicistas presentes tanto en sus fachadas como en los interiores.

En el caso español, la ostentación en fachadas, vestíbulos y escaleras será en cambio mucho más limitada, manifestándose la relación con el modelo de «teatro a la italiana» fundamentalmente en la disposición de la sala: con pervivencias como su forma curva, los palcos o el foso de la orquesta, además de la existencia de un escenario con la suficiente amplitud y dotación técnica como para permitir el desarrollo de números de variedades, zarzuelas y aún obras dramáticas y líricas de cierta envergadura. En el fondo se trataba de poder conjugar las exigencias planteadas tanto por los géneros escénicos tradicionales como por los más novedosos, respondiendo a una estrategia comercial de adaptación a los espectáculos en auge pero sin renunciar del todo a lo anterior.

Directamente conectadas con esta amplia funcionalidad, en el plano formal los teatros-cine mostrarán combinadas diversas soluciones, heredadas unas de los teatros decimonónicos junto a otras más modernas derivadas de las coetáneas salas de cine; en el camino que condujo a adoptar una arquitectura propia y diferenciada para el espectáculo cinematográfico estos teatros-cine marcan, pues, una posición intermedia y de compromiso entre lo viejo y lo nuevo, muy típica por otra parte de las fases iniciales de cualquier producto de consumo masivo. Ejemplo de esta tipología de teatro-cine fue el Royalty, en la calle Genova, del arquitecto Jesús López de Rego. La planta del edificio era de una elipse perfecta truncada por el escenario sobre el que se producían las más diversas “variedades” y sobre cuyo fondo se proyectaban películas.

El primer cine de Madrid, concebido para proyectar películas, prácticamente en exclusiva, fue el Coliseo Imperial, inaugurado en 1905.

Algunas de las principales salas edificadas poco después fueron el Cine Doré, abierto el 19 de diciembre de 1912, o el Ideal, convertido en uno de los más importantes de la época gracias al arquitecto José Espeliús.

El Cine Doré, un claro ejemplo de modernismo madrileño.

Hay que recordar que en los sesenta y setenta había una oferta de televisión muy limitada, la primera cadena y luego la segunda, llamada UHF. Además, en los sesenta, pocas familias, poca gente en general, tenía televisión. El cine era el rey de la diversión, el campeón del tiempo de ocio.

Ya en los años veinte, Teodoro Anasagasti construirá otros cines de singular relevancia, como el Real Cinema o el Monumental. En 1931, Luis Martínez Feduchi edificará en Madrid el Capitol, otra de las obras cumbre de la arquitectura cinematográfica española.


En esta imagen de la confluencia de la Gran Vía con la Plaza de Callao se aprecia en el centro el Edificio del Cine Capitol flanqueado a su derecha por el cine Callao y a su izquierda por el cine “Palacio de la Prensa”.

Durante los años 30 aparecen muchas salas de cine, especialmente en el centro de la ciudad. El cine es la nueva forma de ocio por excelencia. Es el lugar al que hay que ir como quién va a un “viaje iniciático”. Hay que prepararse, arreglarse, vestirse bien, ya que es la ocasión para que los “demás” puedan “verte”. Sin embargo, como en el resto de países avanzados que no se han escapado a los efectos negativos de la Gran Crisis y de la Depresión, en el Madrid de la República, el cine sirve esencialmente para huir de la dura realidad provocada por la crisis. Las salas de cine permiten que durante unas horas los espectadores puedan soñar con historias fantásticas.

En los años 40, la construcción de salas de cine se frena mucho sin duda por la falta de recursos económicos. Pero en los años 50 empiezan a proliferar las salas de cine en los barrios de Madrid. La función social de las diferentes salas se acomoda a la nueva situación social. Las grandes y bellas salas del Centro de la ciudad se reservan para la exhibición de las películas nuevas, de estreno, que, si tienen mucho éxito, pueden quedar en “cartelera”, es decir en exhibición exclusiva, durante meses e incluso durante años. Las salas periféricas o de barrio se reservan para los reestrenos, es decir que cuando la película deja el cine de estreno pasa a ser exhibida en los cines de barrio, pero también en los cines de las ciudades de provincia.

Puesto que las películas de éxito tardaban bastante en “ponerse” en los cines de las otras ciudades que no fueran Madrid, existió un cierto turismo que consistía en que matrimonios con dinero de esas ciudades venían a Madrid en fin de semana para “ver” una película de estreno.

Los cines de barrio que se construyeron entonces ya no eran salas especialmente cuidadas. Por la configuración urbana de Madrid, estas salas se construían en solares entre dos bloques de viviendas y por lo general presentaban a la calle una única fachada, la fachada principal o de entrada al cine. Las otras tres fachadas que delimitaban el cine quedaban encajadas entre los demás edificios. Raramente se encuentran edificios exentos que son el cine. Todos los barrios tenían salas de cine de este tipo que tenían fácilmente una capacidad superior a los mil espectadores.

Conversación sobre el cine y los “cines” de los años 60 y 70.

La función social del cine, es decir, las prácticas sociales relacionadas con la actividad cinematográfica, exceden muchísimo el campo exclusivo del arte e incluye, entre otras dimensiones posibles, al cine como negocio, como entretenimiento público, como paradigma representacional al servicio de determinadas ideologías, como un espejo de la cultura, como un articulador de los imaginarios de la comunidad, etc. Y todas estas dimensiones están permanentemente interactuando, no sólo cuando se asiste a las salas de cine y se paga por consumir una película, sino en todas las fases del proceso cinematográfico: el diseño, la realización, la distribución, la recepción y la reflexión. En este trabajo vamos a intentar captar, tal vez desde una aproximación algo subjetiva, la función social que se generaba en esos años desde el lugar de distribución, es decir desde las salas de cine.

La función social del cinematógrafo ha ido variando a lo largo de la historia de ese medio, del lugar geográfico en el que se proyectaba una película y de los intereses ideológicos que se querían transmitir. Así la sala de cine, el lugar de exhibición del arte cinematográfico se adapta como el escenario ideal para transmitir el cine como arte, como industria, como medio de comunicación y transmisión de ideas, ideologías, comportamientos sociales, etc. En este sentido, la sala de cine es un lugar curioso al que acudes y pagas una entrada para recibir un mensaje que parece que va dirigido exclusivamente a ti cuando en realidad estás rodeado de mucha gente; es decir, es un lugar en el que se puede juntar bastante gente pero en el que estás sólo frente a la pantalla que te trasmite arte, conocimiento, nuevas experiencias, ideas, etc.

Si proponemos estudiar las salas de cine como fenómeno histórico es porque la historia del cine, su evolución y la influencia del proceso cinematográfico no se agota en la fase de rodaje, tampoco se agota en la concreción del film, sino que continúa en las instancias de recepción, que incluye como sujeto principal del proceso al público que disfruta del film.

Pregunta: ¿Cual es tu recuerdo más antiguo con respecto a ir al cine?

Respuesta: No lo sé muy bien, debe de ser una mezcla. No puedo recordar a qué cine fui primero y cuál fue la primera película que vi. Pero tuvo que ser algún cine de Argüelles o de Bravo Murillo. Tenía que tener entonces cuatro o cinco años, es decir a finales de los cincuenta o principios de los sesenta. Pudo ser una película de Marisol, del oeste o de “romanos”.

- ¿Por qué recuerdas primero una película de Marisol?

- No recuerdo una película concreta, recuerdo el fenómeno. En aquellos años, en España, Marisol era un modelo social concreto que tenía que imitarse: los padres tenían que procurar aportar a la sociedad niños como ella y los niños tenían un buen modelo a quien imitar.

- ¿Con quién ibas al cine de pequeño?

- Me llevaba al cine mi abuela. El cine era una forma concreta de relación intergeneracional.

- Has hablado que te llevaba a cines de Argüelles y de Bravo Murillo, ¿Qué “cines” recuerdas?

- Maravillas, Montija, ahora es un “Lidl”, Cristal, Europa, ahora es una supertienda de bricolaje, Metropolitano, que luego fue un salón de bodas, estos en el entorno de Cuatro Caminos; En Argüelles, California, Pelayo, cine X, en la calle Galileo, que tenía un patio en el que se hacía “cine de verano” en verano claro. El Pelayo era barato: dos pesetas; el California, caro: siete pesetas.

- ¿Recuerdas otros cines?

- Si claro, los cines de estreno. Pero esto era otra cuestión, otro planteamiento. Estos cines estaban en dos calles de Madrid fundamentalmente: la Gran Vía y la calle Fuencarral. Eran mucho más caros y sólo ponían una película. Pero ir a esos cines era como el “no va más”, lo más importante que se podía hacer en cuestión de ocio. Ir al cine de estreno, para lo niños de barrio, y supongo para las familias en general, era todo un acontecimiento que se vivía de una forma especial. Había que prepararse, había que arreglarse. Ver una gran película de estreno, era algo muy importante: “Ben-Hur”, “Al Este de Java”, “La conquista del Oeste”. Y si además era en un cine con Cinerama, era “el no va más”.

- ¿Qué es el Cinerama?

- Debía de ser un sistema carísimo: la pantalla era enorme, y tres proyectores “echaban” la película, cuando lo normal es un solo proyector. La utilización de tres proyectores hacía que la pantalla era en realidad tres pantallas pegadas. Era grandioso, la forma de ocio más impresionante.

- ¿Ibas mucho al cine de estreno?

- No porque era muy caro. Sólo podían ir los “ricos” o las personas que hacían un gran esfuerzo económico. En este sentido ir al cine era todo un acontecimiento social. Las parejas de novios o los matrimonios iban al cine y después se tomaban algo en las cafeterías cercanas, también caras, porque estaban en calles de primera categoría.

- ¿Qué diferencia había entre lo que “ponían” en un cine de estreno y uno de barrio?

- En los de estreno, ponían las películas nuevas, y en los de Madrid echaban estas películas antes que en cualquier parte de España. Por eso matrimonios con dinero de provincias, a veces venían a Madrid a pasar el fin de semana para ver una película. Eso en sus lugares de residencia les tendría que dar un “status” especial. Primero ponían el No-Do, que era un noticiero obligatorio en todos los cines. El régimen de Franco, obligaba a poner en todos los cines el No-Do que era la manera de transmitir al pueblo lo “bien” que gobernaban. Era una propaganda directa del régimen de la dictadura. Lo ponían en todos los cines, de estreno y de barrio, porque era obligatorio. Es curioso como para mí, el No-Do ha quedado en mi mente, no como un acto de propaganda, sino como el inicio del espectáculo. Cuando terminaba el No-Do todo el mundo aplaudía, ¿Por qué les gustaba como gobernaba Franco? ¡No! ¡Porque empezaba la película!

En los cines de barrio ponían sesión continua, es decir que todo era seguido. Pagabas la entrada, entrabas a la hora que fuera y te podías quedar todo el tiempo que quisieras. La secuencia era la siguiente: el No-Do, la película importante, el descanso, la película secundaria y otra vez a empezar. Podías entrar en plena exhibición de una película, luego veías la otra y te quedabas para ver el principio de la película que no habías visto antes. Era una forma curiosa de ver cine.

- ¿Te gustaba ir al cine de “barrio”?

- Claro, pasabas toda la tarde, fíjate que la sesión, entre las dos películas, el No-Do y el descanso, podía durar cuatro horas y media. Era barato pasar la tarde bien, con John Wayne, Rock Hudson, Charlton Heston, “Tarzán”, “Maciste”… Estos actores y personajes transmitían, sin duda, unos valores sociales imperantes, pero, de eso no éramos conscientes, lo importante era la diversión asegurada por poco dinero.

- ¿Qué tipo de personas iban al cine?

- En los cines, en los años sesenta, siempre había mucha gente y los domingos, yo creo que estaban llenos.

Ir al cine de barrio era todo un paseo. Un verdadero acontecimiento. Una puerta a la aventura. El lugar más cosmopolita de la comunidad, aunque estaba a la vuelta de la esquina. Aparte de la película, uno iba a ver y a que lo vieran. Los caballeros, por lo que se podía presentar, se peinaban ese día con productos especiales y se cepillaban bien los dientes, yo creo que la gente no se cepillaba los dientes todos los días, y las señoritas, por el mismo motivo, entraban a la sala con un paquetito de pastillas de violeta o de ramitas de canela, mientras que los niños se conformaban con los besitos de chocolate, aquellas miniaturas de las que era posible echarse el paquete entero en la boca. Muchos noviazgos se tejieron en aquellos cines. Y se destejieron. Se hicieron muchas promesas que desembocaron en matrimonio. Y se tramitó más de un adulterio. Invitar a la esposa al cine de barrio y llevarla luego a comerse un pastelito y tomarse un refresco en la cafetería de la esquina, eran gestos que se agradecían y recompensaban. Si se convidaba a la novia, había que disponer también de dinero para la entrada y la merienda de la inevitable “carabina” que acompañaba a la pareja (la “carabina” era la amiga fea de la chica a la que se quería seducir, bueno al aspirante a novio siempre le parecía fea esta acompañante). Luego, en los setenta desapareció esta figura. Entonces, nació la “fila de los mancos” que era la última o las últimas filas, dónde los novios se sentaban para hacerse “carantoñas” en la oscuridad. No sé muy bien porque se llamaba así, tal vez, porque los brazos no estaban en “su sitio”, apoyados en el reposa-brazos.

El cine de barrio era el mejor antídoto para el aburrimiento de las tardes de domingo. Era el lujo del pobre. El pobre entonces escogía entre dos salidas: iba al cine de barrio o se conformaba con comprar con los ojos pegados en las vidrieras de las grandes tiendas. Luego, si se lo permitía el presupuesto, se zampaba un cucurucho de castañas, en invierno, o una horchata de chufa en verano.

Cuidado, las películas estaban clasificadas: para todos los públicos, para mayores de 18 años. Así que los porteros se encargaban de hacer la selección. Sin embargo, yo creo que en muchos casos de películas para “mayores” dejaban entrar a los adolescentes para no perjudicar la recaudación. Al fin y al cabo la “Censura” ya se encargaba de prohibir las películas o de cortar las escenas de perjudicaban la “moral” que le interesaba a la dictadura.

Ya que me preguntas sobre el tipo de personas que iban al cine, recuerdo, sobre todo en los setenta, que había cines con “mala fama”. En la época de Franco los homosexuales no sólo estaban mal vistos, sino que si se les “pillaba” iban a la cárcel. Se les aplicaba la “Ley de vagos y maleantes” que era una ley que permitía meter en la cárcel a todos aquellos que no gustaban a las autoridades. Así que los homosexuales, a escondidas, buscaron la oscuridad de los cines para encontrarse. En este sentido tenía especial mala fama el cine Montera, cerca de la Gran Vía y el tercer piso del cine Europa en Bravo Murillo. Yo de adolescente iba a este cine, incluso con mi abuela fui de pequeño, recuerdo “Los cañones de Navarone”, pero nunca, nunca subía el famoso tercer piso, también conocido como “gallinero”. El último piso de los cines, el de más arriba era conocido como el “gallinero”.

- ¿Qué ha pasado con los cines de barrio?

- Casi todos han desaparecido. Muchas de las salas de cine se han adaptado a nuevos usos y necesidades sociales. Son los nuevos tiempos. El video doméstico, el VHS mató al cine en sesión continua, a los cines de barrio. A partir de finales de los setenta la gente podía comprar o alquilar cintas de video y reproducir las películas en casa. También el aumento de la oferta de cadenas de televisión, esto ya en los años 90, fue la puntilla.

Como he dicho antes, “pasar el rato”, toda la tarde, por dos pesetas o poco más, era un precio incomparable.

Para contestar a tu pregunta, ¿Qué ha pasado con los cines? Se han adaptado a nuevas funciones sociales. Algunos se han convertido en tiendas muy grandes como el cine Europa, en Bravo Murillo, que es ahora una mega-ferretería. Otros se convirtieron en salones de bodas como le ocurrió al Metropolitano, en la calle Reina Victoria, que hace pocos años ha desaparecido definitivamente. Otros se han transformado en una gran tienda especializada como el cine “Salamanca” en la calle Conde de Peñalver, en el barrio de Goya. Algunos como el cine Barceló en el barrio de Bilbao se reconvirtieron en discotecas, otros en bingos y casinos de barrio, y otros, finalmente, en gimnasios como el cine Universal, en la Plaza de Manuel Becerra, del barrio de Ventas, o el Cartago, en Quevedo.


Conclusión

El cine y las salas dónde se proyectan las películas ya no son iguales en nuestros días que en las décadas pasadas.

Si en un tiempo dado el cine, medio artístico de transmisión de ideas, de comportamientos, de modelos sociales, de arquetipos, pero también ventana a la imaginación y a otros mundos y medio de acercamiento de otras comunidades, fue la forma más popular de alcanzar el ocio, la diversión y el arte, mediante la exhibición de las películas en grandes salas, ahora no ocurre lo mismo.

Existen otros medios de comunicación audiovisual que “transmiten” el mundo del siglo XXI: juegos audiovisuales, internet, videos, etc. Estos medios están preparados para transmitirse o consumirse de forma individual y llegan a casa de cada uno por un determinado precio.

El cine, la distribución del cine se ha adaptado a las nuevas formas, a los nuevos tiempos. Así, rápidamente, siguiendo un modelo sin duda llegado desde los Estados Unidos, se han creado multicines, es decir espacios con varias salas, asociados a otras formas de consumo-ocio. Por lo general las multisalas de cine es una oferta más que se suma a la oferta genera del binomio ocio-consumo ofertado por los grandes centros comerciales, que suelen colocarse en las ciudades españolas en la periferia de las mismas o, como es el caso de Madrid en los bordes exteriores de las ciudades periféricas de la capital, cerca de las grandes vías de comunicación.

Páginas web consultadas:

www.wordreference.com/definicion/cine

www.blogcinema.es

www.madripedia.es


Bibliografía:

Tradición y modernidad en la arquitectura del espectáculo. JESÚS ÁNGEL SÁNCHEZ GARCÍA. En Espacio, Tiempo y Forma, Serie Vil, H." del Arte, t. 7, 1994.

Enrique Domínguez Uceta: La mirada del arquitecto; Culto al cuerpo en el templo del cine. El Mundo 13/10/2001.

Audio musical:

“Los fantasmas del Roxy” – Joan Manuel Serrat. 1989.

www.youtube.com/watch?v=1OvgMyqxjo8


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